La Pérdida.
1
Parece que, en particular, el
verbo perder acierta un significado
demasiado amplio, y este es aplicable a diferentes circunstancias. Dejar de tener, o no hallar, uno, la cosa
que poseía sea por culpa o descuido del poseedor, o por contingencia o
desgracia. Desperdiciar, disipar o malgastar una cosa. No conseguir lo que se
espera, desea o ama. Ocasionar un daño a las cosas, desmejorándolas o
desluciéndolas. Padecer un daño, ruina o disminución en lo material, inmaterial
o espiritual. Decaer uno del concepto, crédito o situación en que se estaba.
Errar uno el camino o rumbo que llevaba. Conturbarse o arrebatarse sumamente
por un accidente, sobresalto o pasión, de modo que no se puede dar razón de sí.
La pérdida deja secuelas espectrales, como los miembros amputados
que aun causan comezón y dolor a quienes sufrieron la pérdida de una de sus extremidades. Comezón angustiosa; dolor
insomne que no se alivia con tacto alguno, pues no hay nada más que tocar sino
el fantasma del vacío. Un dolor dentro de lo incompleto del ser mutilado. El
dolor que no existe, pero que duele. El tacto muerto que sólo registra pena,
pues las caricias son omitidas a él. Ni calor ni frío.
2
Armando esperaba que el café se calentara mientras escuchaba el
sonido sigiloso del televisor al que no ponía atención. Para él era una forma
de no sentirse solo en casa; si al menos escuchaba la voz melodiosa del
conductor de novedades o del actor mal entrenado podía sentirse acompañado.
Hacia más de tres años que su hermana vivía en otra ciudad y sus padres habían
decidido pasar su jubilación cerca de la playa, atendiendo un pequeño
restaurante: el más grande sueño que habían construido los viejos desde que se
casaron hacía más de cuatro décadas. Pero Armando odiaba el cambio; decidió quedarse en la misma casa
donde había pasado los últimos quince años de su vida. Para qué moverse, le
decía a todos sus conocidos, si aquí ya hice mi vida y todo lo que conozco está
en esta ciudad. El confortable estado nómada era una ventaja para él, quien sólo
dedicaba tiempo a trabajar de manera irregular, apenas cubriendo sus gastos con
los empleos eventuales que conseguía; como ventaja tenia esa linda casa
amueblada y decorada que le dejaron sus padres, como a sabiendas de la poca
prosperidad del retoño. Y a pesar de su poca actividad laboral y su inexistente
opulencia económica se daba el lujo de salir todos los viernes y sábados al bar
que frecuentaba desde que iba a la universidad, pasando ahí horas casi
infinitas con sus amigos de siempre o con cualquier desconocido con el que pudiera
charlar; por la madrugada, de regreso a su casa, esperaba a que la borrachera
le hiciera conciliar el sueño. El café estaba listo; lamentó haberse terminado
el último cigarrillo antes de sentarse a ver la programación, a la que juzgaba
de absurda, pero a la que no podía dejar de ver. De pronto, como un catalizador
que al contacto con el agente adecuado hace una reacción exorbitante, la trama
de la tragicomedia (una con adolescentes idílicos) puesta en marcha por el canal
de televisión removió en Armando aquel sentimiento por el cual jamás lograba
sentirse tranquilo; como una catarata cayeron, sobre sí, un sin fin de
imágenes, olores, sonidos y recuerdos a los que apelaba su mente cada que una situación
de estas asomaba por su vida. Armando no podía evitar proyectarse en las
tramas para adolescentes. Comenzó a
recordar las interminables pláticas con Diana en el café de estilo francés
donde pasaban las tardes del domingo, las sonatas de Beethoven cuando se
recostaban amorosos en la recámara, los besos tibios con sabor a cigarro y
hierbabuena; el olor a sudor mezclado con perfume de flores; recordó, de
pronto, la vez que a hurtadillas entró por su ventana en la madrugada y salió
antes que despertaran en la casa; las cartas, las caminatas casi eternas en el
parquecito, la soda italiana y las cervezas importadas; el viaje a las ruinas y
las discusiones; Chopin y los ojos de Modigliani. Pero sobre todo, Armando
recordaba la cara simétrica de Diana y los hoyuelos que se formaban en sus
carrillos cada que sonreía. Apagó el televisor y salió por una cajetilla de
cigarros y, tal vez, una botella de ron;
debía encontrar la forma de conciliar el sueño esa noche, que se vaticinaba de
interminable. Era muy común que Diana se le presentase entre pesadillas, si es
que puede llamarse pesadillas a esos sueños llenos de angustia y sudor frío; se
acercaba, ella, siempre caminando hacia Armando sin decir nada, sigilosa como
una leona acechando a una gacela impávida; Diana acercándose al temeroso
Armando, que la veía esfumarse en cuanto cobraba el valor suficiente para
enfrentársele. Diana siempre brumosa y camaleónica en las fantasías oníricas de
Armando; siempre con distinto cabello, a veces lacio y a veces rizado; rubio,
negro, rojo o castaño. Inclusive el rostro cambiaba constantemente, pero Armando la
reconocía a pesar de los disfraces que le construyera su mente. Entonces: el
espasmo repentino y el saberse despierto otra vez a las dos de la mañana; el
ron no sirvió de mucho, hace frío y sus pies están helados a pesar de las
calcetas. Cierra los ojos y trata de poner la mente en blanco; no funciona. Hay
veces que Laura es testigo de estos espasmos nocturnos que le acontecen a
Armando, pero siempre finge no oírlos; está cansada de tener que preguntar sin
obtener respuesta o escuchar despierta aquel nombre que tanto le disgusta. Qué
te pasa Armando, estás bien. Sí, estoy bien, duérmete. Cómo quieres que me
duerma si ya me despertaste. Pues sólo duérmete carajo. Abrázame Armando. No,
sabes que me acalora dormir abrazado. Pero Armando se la pasa con frío. No le
gusta dormir abrazado con nadie desde que perdió a Diana. No es que le disguste
dormir con Laura o que no la desee, al contrario, suele hacerle el amor con
infatigable entusiasmo; le gusta la forma en la que ella mueve las caderas y
como le indica que ha quedado satisfecha. El problema radica en su total
desapego a Laura después de amarla; el olor que ella despide, la forma que toma
su rostro; las ganas de apartarla de su lado y decirle que pensó en Diana justo
en el momento de terminar dentro de ella.
El resto del día suele verla con ternura, encuentra dentro de sí
un cariño muy afable y se acerca para abrazarla y decirle: Te amo Laura. Yo
también te amo Armando. Y entonces pasan el resto del día trabajando cada quien
en sus propios asuntos, una comida por la tarde y una noche de cine tal vez, o
de café con los amigos. Cuánto llevan juntos, se ve que se quieren mucho; ay,
que envidia me dan. De regreso a la casa, para hacer el amor y sufrir lo mismo;
Laura lo acepta en silencio, pues tiene todo el día para saberse amada, pero
esa es la razón por la que Armando decide muchas veces no invitarla a quedarse.
Estoy cansado cariño o tengo mucho trabajo que entregar para mañana; es como un
acuerdo tácito; entonces Laura busca compañía en su soledad o en las sábanas de
Franco, a quien le gusta ver sufrir de la misma forma en que Armando la hace
sufrir a ella. Dejar de tener, o no
hallar, uno la cosa que poseía sea por culpa o descuido del poseedor, o por
contingencia o desgracia. No conseguir lo que se espera, desea o ama.
3
La memoria de un individuo no es un torrente constante de recuerdos
y datos que se desbordan infinitamente porque sería imposible mantener la
cordura durante la vida cotidiana. El cerebro suele escoger la información y los
recuerdos más importantes, hace una selección de las cosas que interesan y son
fundamentales para el individuo y, guarda todo lo demás en un rincón para ser
usado cuando sea el momento oportuno o necesario; en muchos casos esta
información se pierde para siempre al no considerarse trascendente. Sin
embargo, la mayoría de las veces, en la mente de una persona quedan
estacionados recuerdos que no son fundamentales ni necesarios, pero que, por
alguna conturbación obsesiva, están en la primera línea. Es así como la vida de
un individuo pasa a ser sólo esos momentos estacionados y se ignora todo lo
demás, como si se leyeran únicamente ciertos fragmentos de un libro miles de
veces, o como si del mismo libro se quisieran encontrar los mismos fragmentos
releídos y se ignorara todo el contenido en una búsqueda constante de
reencontrase con lo deseado. Es, entonces, una vida fragmentada en pedazos
inconexos que no dicen nada por sí mismos y al tratar de juntarlos sólo traducen
una parcialidad sin sentido aparente. En muchos casos es peor; suele suceder
que la vida se vivió sólo en estos pequeños episodios y se ha tirado a la
basura todo lo demás.
4
Laura cocina champiñones con crema; es la mejor receta que conoce
y la favorita de Armando. Es un domingo sin pendientes y sin trabajo
inconcluso, ella puede olvidarse del
restirador, los pinceles; de la cámara y la computadora. La casa de Armando le
parece bonita, podría vivir aquí toda su vida si no fuera porque ciertos eventos
no resueltos truncan sus planes futuros; pero hoy es el día en que deben arreglarse,
decir lo indecible. Ella cocina en silencio, sin prestar atención a las
porciones de mantequilla o al tamaño de los trozos de queso. Está fastidiada de
los orgasmos insípidos y sin ternura, de las noches de espasmos y del maldito
acuerdo tácito que firmó (realmente no firmó nada) el día que Armando le habló
en aquel bar. Parecía tan tierno a sus ojos, con el cabello ligeramente
despeinado y la voz levemente entorpecida. Hola, ¿te puedo invitar un trago?;
el muy torpe intenta coquetear conmigo; no gracias, sin embargo, es muy lindo,
con ese aire melancólico en sus ojos. Laura no podía creer como todos sus
esfuerzos universitarios y todos sus proyectos de vida habían terminado en un
sartén caliente donde se quema la mantequilla. Armando se convirtió de pronto
en el eje de rotación y traslación, el proyecto de vida; poco importaba el
fracaso financiero y laboral de su hombre; sólo era un buen muchacho, se decía
a sí misma, con un poco de mala suerte y un con un fantasma muy molesto que hay
que exorcizar; y ella era, según ella, quien lo rescataría: la que sacaría a
ese maldito fantasma de su vida de una vez por todas. Pero, tal vez era mejor
enseñarle la carta y mandarlo al demonio, pensó, a él y a su espectro. Parece
tan difícil cuando la embestida está tan cerca; sin embargo, llegó el momento,
se dice Laura. Errar uno el camino o
rumbo que llevaba. Desperdiciar, disipar o malgastar una cosa.
-¿Ya está lista la comida?
-Si, siéntate- Laura se mantiene serena, tratando de encontrar el
modo de abordar el tema. Armando parece de pronto, a sus ojos, tan simplón y
común, que se sujeta a la silla para contener el deseo de llorar de vergüenza.
-Estuve ayer con Franco- dice Laura con seriedad.
-¿En serio? ¿Y qué te cuenta?
Laura tiene ganas de contarle que Franco le hizo el amor anoche y él
rogó para que ella se quedara a su lado; tiene ganas de decirle que casi
acepta.-Nada, ya sabes, lo de siempre. Trabaja mucho y comienza a irle bien en
el pequeño despacho que abrió con unos amigos.
-Fíjate que lo he notado raro desde hace unas semanas. No sé, creo
que tiene algo contra mi.-Armando trata de hacer caso omiso a los comentarios
acerca de la prosperidad laboral y financiera de su amigo. Odia que Laura
compare las situaciones.
-¿En serio? No lo he notado raro, lo veo como siempre. Cada vez es
más prospero y me da gusto por él.- Laura tiene ganas de contarle que comienza
a descubrir que Franco le interesa (realmente no, pero le gusta pensar eso),
quiere pedirle que se acerque y huela el perfume de su amigo entre sus senos.
Muéstrale la carta, se dice Laura, pero el miedo al cambio parece más fuerte
(realmente no, pero le gusta pensar eso). ¿Es mejor enfrentar al fantasma? “Sí,
y es una afirmación de concreto” se dice. Otra vez se siente como una tonta.
-Armando, quiero hablar contigo. Mira, desde hace mucho he tratado
de no ser posesiva o castrante, pero me he dado cuenta de muchas cosas y la
verdad… no sé ni como empezar.
-¿De qué hablas?- Armando lo sabe; ella quiere terminar con el
silencio incomodo de los días juntos, con al acuerdo tácito. Lo sabe porque
conoce su propia culpa, porque tal vez dijo el nombre de Diana mientras se
amaban o porque ya está harta de tantas noches sin abrazos. Laura quiere
ponerle fin a la comodidad del no decir mucho, de las tardes de comida y café
con amigos; las noches de cine y los encuentros amorosos donde Armando evoca a
Diana. Comienza a sentir miedo; Armando cree
que tiene que cambiar el rumbo de la conversación antes de que inicie.
-Debemos hablar de Diana.-dice Laura.
-¿Qué tiene que ver Diana en estos momentos?- Maldita sea, se
dice, sabía que esto pasaría. (Sí… Finge molestia, desvía la conversación,
salte por la tangente).
-No lo sé, pero creo que tenemos que hablar de ella. Y tú sabes
por qué tenemos que hablar de ella.- Laura tiene la voz cortada, pero trata de
mostrar fortaleza. Armando es tan feo en estos momentos, piensa ella. Es un
imbécil, se dice a sí misma.
-Olvida a Diana, pareces loca. ¿Qué tiene que ver?- Armando mueve
los hombros y las manos nerviosamente delatando su culpabilidad.
-Tú eres el que parece loco. Crees qué no me doy cuenta de las
cosas, pero se muy bien que todavía piensas en esa tal Diana.- Laura, en un
gesto despectivo, hace un intento inhumano por contener el llanto. Sabe que
está rebajando su dignidad y su orgullo propio, pero no le importa humillarse,
porque en el fondo no desea perder a Armando y hará lo posible por mantenerlo.
Se ha humillado tanto que no le importa; un poco más (y a lo mejor nos
entendemos luego…).
- Deja de hablar de eso, sabes bien que no me gusta hablar de la
gente muerta, es muy desagradable.- Los champiñones están comenzando a
enfriarse; el sabor de la comida es como el de la arena en el paladar de
Armando, el pan de avena sabe a ladrillos; Laura es una estúpida, piensa
Armando, mientras desvía la mirada de los ojos inquisidores color café de la
muchacha sentada frente a él. Todo esto parece un drama sacado de una novela
barata, se dice Armando mientras piensa en la forma de no quitarle las ganas de
tener sexo más tarde. Cómo desviar éste momento tan incómodo, si es que se
puede llamar incómodo a un momento así. No basta decirle que hablar de los
muertos es de muy mala educación. ¿Será posible insinuarle cualquier ensoñación
erótica que la saque de ese trance estúpido? No.
-Laura, por favor, no sé a donde piensas llegar con todo esto.
Mira, he estado pensando en muchas cosas, cambios que quiero hacer… acerca de
Diana… -Laura desvía los ojos hacia el techo, aceptará cualquier oferta, es
mala negociando las cosas; tiene ganas de arrojarle el plato a la cara y salir
para no regresar jamás, pero es algo que no puede hacer. En la noche hacen el
amor y esta vez Armando abraza a Laura; le hace notar que necesita de ella y
ella se aferra. Vuelven los dos a la misma mentira, con la diferencia de que
los abrazos duran toda la noche. Por la mañana le cuenta de la carta que
recibió de la Ciudad
de México; la han aceptado para que comience su maestría allá. Armando toma
café sin inmutarse. No quiero que te vayas, es la respuesta. Laura acepta
quedarse a vivir en su casa, aun sabiendo que no es lo que más le conviene,
pero lo que conviene no siempre es lo que se desea. Conturbarse o arrebatarse sumamente por un accidente, sobresalto o
pasión, de modo que no se puede dar razón de sí.
5
Mucha gente dedicada al estudio de la física plantea que vivimos
en el pasado. El cielo nocturno, por ejemplo, es una enorme fotografía que nos
dice como se veían las estrellas hace miles de años. Lo que vemos no es el
presente sino un pasado más que caduco. Pero no es necesario ver este hecho
para dar cuenta de que vivimos en un pretérito constante. El sonido viaja a una
velocidad lenta en comparación con la luz, pero lo que nos llega a los oídos ha
ocurrido, al menos, unas centésimas de segundo antes de que nuestro sentido lo
perciba, y las milésimas de segundo que tarda nuestro cerebro en procesar el
fenómeno hace que sea un hecho pretérito en la realidad, aun cuando pensamos
que está ocurriendo en el presente. Un pianista vive su interpretación de
Beethoven en un tiempo totalmente yuxtapuesto; cuando su mente comienza a
descifrar la partitura y esta lectura pasa a las manos ya está en el pasado,
sin contar las milésimas de segundo que tarda el cerebro en configurar el
sonido en notas musicales; sin hablar también del tiempo que tarda en ser
recibido por la audiencia (sobre todo si se trata de una grabación). Así mismo
pasa con todos los fenómenos de la realidad física: nuestro sistema nervioso
tarda milésimas de segundo en procesarlos. Y si el tiempo es relativo y la
misma importancia tienen los fenómenos del universo, entonces tiene la misma
valencia la enorme fotografía del cielo nocturno y una interpretación de
Beethoven para dar cuenta de que se vive en el pasado. Vivimos, pues, en una realidad
inmersa en un pretérito constante. El presente no existe, pues no vivimos en él.
6
Armando ha encontrado en Laura un amor tangible, una isla donde
encuentra el refugio que su alma nómada necesita. Comparte con ella todos sus
sueños futuros, sus más grandes anhelos; la música de Beethoven y las caminatas
nocturnas por el parque. Se siente feliz por las mañanas al despertar a su
lado. Diana sigue espantándolo por las noches, pero Laura es ahora un consuelo
y una protección contra los fantasmas; una isla en medio del mar. Ya no vive en
el pasado (según él). Prepara el café para Laura a las siete, muy temprano; la
ve en silencio mientras ella se pone el traje sastre y parte a toda prisa para
llegar a tiempo al trabajo; Laura se ve tan bien (piensa él), en su traje
sastre color gris y su pañoleta elegantemente amarrada al cuello. Armando ha
descubierto que el cuerpo desnudo de su mujer es casi perfecto, que su cabello
castaño y ondulado le enmarca bellamente
el rostro de porcelana. Laura bebe el café a prisa, toma la cámara fotográfica
y se despide; él se queda cómodo a disfrutar de la holgazanería; no hay prisa
en terminar sus pendientes. Vuelve a dormir y se despierta hasta el medio día,
prepara el almuerzo y espera a que Laura regrese a casa a las tres. Entonces
tienen el resto del día para pasarlo
juntos y sentirse en casa. Los sábados van con los amigos al café o al cine y
los domingos pasean por el parque y se acuestan en la hierba; pero últimamente
se aburren uno del otro. El café a las siete temprano y la rutina se repite,
salvo que por las noches es menos frecuente que se amen. A Laura se le ha hecho
costumbre preguntarse por qué no se fue a la Ciudad de México y si será posible que le den otra
oportunidad después de dos años. Al parecer era mejor idea haber arrojado el
plato de champiñones; de hecho, era mejor idea ni siquiera cocinarlos y haberse
largado sin decir nada. En la noche recibe a Armando, pero ésta vez no mueve
las caderas ni le hace ver que está satisfecha (realmente no lo está); Armando
se queda dormido muy sonriente después de terminar. Ella es, ahora, quien vive
en el pasado, en los días en los que su rencor era mudo. Su mente se ha
estacionado en las noches de fantasmas y orgasmos insípidos, en los días del
ruego y la angustia, salvo que esta vez el rencor ya no está dispuesto a quedar
mudo y exige manifestarse. Comienza a extrañar a Franco y el sábado busca un
pretexto para pasar la tarde con él. Es fácil recibir placer cuando se lleva
tiempo sin tenerlo. Además, Franco le parece atractivo por su porte tan viril,
a pesar su carácter pusilánime. Quédate conmigo Laura, he esperado tanto tiempo
para saber que me amas. Estaba equivocada Franco, me he dado cuenta de lo que
siento por ti (Sí, se llama lástima).
Laura no ama al pobre infeliz, pero al menos le parece alguien más fácil de
abandonar, sobre todo porque decidió no regresar a casa. En la noche Armando la
espera y la llama desesperado; ella no contesta. Buzón de voz, la llamada será… No la verá los próximos años salvo por
esporádicas coincidencias y reuniones, sin embargo, no está afligido porque
Diana regresa esa noche en forma de sueño plácido. Ha decidido buscar a su
fantasma, al cadáver que le ruega desde la ultratumba para que se encuentre con
ella. Armando sabe ahora lo que tiene que hacer. Dejar de tener, o no hallar, uno la cosa que poseía sea por culpa o
descuido del poseedor, o por contingencia o desgracia. Desperdiciar, disipar o
malgastar una cosa.
7
Frente a la lápida con el nombre de Diana (…), Armando se pregunta
si es necesario cavar. Ver un cuerpo putrefacto, a su juicio, no es
precisamente lo que se llamaría un reencuentro entre dos personas que se aman,
pero no importa, la decisión ya está tomada y sería un desperdicio y una
ridiculez el haber llevado la pala a tan altas horas de la madrugada. Tras
cuarenta minutos de cavar constantemente se encuentra con el sonido hueco de la
madera enmohecida; ha llegado la hora de enfrentarse con la verdad; con el
trabajo de los gusanos y la naturaleza vil de la muerte; con la carne verde,
los huesos expuestos y el vestido impregnado de materia purulenta. Armando
titubea al abrir el sarcófago, que suelta un chirrido igual al de un gato
mientras lo atropellan. Sus ojos no pueden creer lo que ven: Diana parece
dormida; impoluta ante los embates de la fría parca, quien la arrebató inmisericorde
de los brazos de Armando hace tantos años. Es natural que pegue un alarido
después de ver que su amado cadáver abre los ojos y le saluda, pero por extraño
que le parezca, él esperaba eso; sabía que ella realmente no estaba muerta y
sólo dormía desde hacía tanto en aquel sepulcro.
-Sabía que vendrías Armando. Tardaste mucho pero sabía que
vendrías.
-Perdóname Diana, pero estuve ocupado, ya sabes, el trabajo y esas
cosas.
-Ayúdame a salir, es que me duele todo el cuerpo.
El olor de Diana es muy peculiar para Armando, parece que cambió
de perfume en el más allá y sus gustos son, ahora, más a tierra y madera que a
las fragancias florales acostumbradas. Sin embargo es natural y agradable, como
el aroma de una vieja barrica de roble en una cava. El cabello de Diana sigue
largo, lacio y negro como la crin de un caballo andaluz; brillante ante las
apenas perceptibles luminosidades de la noche, que dan al color negro un toque
de azul ultramar. El vestido blanco ha tomado un color amarillento, pero no
deja de tener buen gusto. Armando trata de encontrar algún defecto o rasgo
mortuorio en el rostro pálido de Diana, pero no lo halla, luce exactamente como
hacía años y como la había visto en sus sueños enfermizos.
-Te ves más grande Armando, ¿cuanto tiempo ha pasado?
-No lo sé, creo que una eternidad.
-Cuéntame todo lo que ha pasado desde entonces, por favor.-
Después de un beso apacible y seco (dicen que son muy secos los besos de los
muertos), ambos jóvenes se sentaron en la cripta más cómoda que encontraron y
comenzaron a charlar. Armando le cuenta del retiro de sus padres en la playa y
de que eso lo ha dejado como el propietario de la casa bonita y grande que
tanto le gustaba a Diana; le habla de su hermana, la mujer que más la odia, y
que ahora reside en Guadalajara; al parecer le va estupendamente. Le cuenta
acerca de sus trabajos esporádicos con algunos arquitectos, quienes no le han
dado oportunidades, debido, en parte, a ese mal carácter que le ha
caracterizado. Diana ríe tímidamente, y
asienta con la cabeza, a sabiendas del mal genio de Armando. No le habla de
Laura porque sabe que sus acciones terrenales producirán un efecto poco
deseado, sobre todo, y tomando en cuenta, que Diana ha permanecido carnalmente
fiel a él en el sepulcro. Diana, sin embargo, le cuenta que las pocas veces que
ha tratado de comunicarse con el mundo es a través de los sueños que
recurrentemente le agobian; le confiesa que tantos cambios de imagen en los
pasajes oníricos del joven no han sido otra cosa que una especie de capricho
natural de mujer por verse diferente, obviamente, producto de la vanidad
insaciable en la mujer y la posibilidad infinita que ofrece el mundo de los
sueños. Es una charla simple, superficial; con risas y silencios incómodos.
-Ya va a salir el sol, debo volver a dormir Armando.
-¿Te volveré a ver?
-Puedes regresar cuando desees.
No hay mucho tiempo, así que debe sepultarla de nuevo y salir
antes de que alguien note su presencia.
8
Laura busca sus píldoras para dormir. El insomnio puede ser una
compañía muy molesta, sobre todo cuando se duerme en soledad; no es demasiado
tarde, apenas cae la medianoche. Hace un mes que renta un lindo departamento en
el centro de la ciudad y todo marcha a la perfección, salvo por el olor a
orines de gato en la sotehuela, producto de la mascota de su vecina: una mujer
que tiene la poco considerada idea de dejar merodear al gato en las noches. Cómo
odia Laura a ese animal, nunca la deja dormir. Pero que mejor manera de reconciliarse
con el sueño que trabajar, sobretodo cuando las píldoras son un fraude.
Enciende el monitor y revisa los planos del ingeniero Márquez, ¡maldito cerdo!,
piensa Laura, mientras recuerda la manera tan réproba en la que él la mira;
casi puede sentir la mirada de Márquez dirigiéndose a ella cuando se da la
vuelta. El infame nunca aparta los ojos de las nalgas redondas de la muchacha.
Laura estira las piernas y acaricia, con repulsión, la protuberancia
de las várices que comienzan a dibujarse tras sus rodillas; maldice nuevamente
apretando los dientes. Cierra el archivo de los planos, sabe que eso no la hará
dormir y mejor revisa las fotos de sus vacaciones; las últimas que tuvo hace
años. Se ve tan bien en los pixeles; fresca, delgada y sonriente, como a
sabiendas que esa vida placentera jamás de acabaría, pero que, en realidad, se
esfumó de un instante a otro. Se atormenta por el tiempo perdido con Armando;
cómo fui tan estúpida, dice y se levanta para mirarse al espejo; se alza la blusa
y ve que se ha perdido parte de su figura juvenil y ahora asoman los primeros
vestigios de los treinta años que se acercan. No es para tanto, se dice, pero
sabe que el tiempo se le agota y la juventud está escapando; las oportunidades
se le presentaron y las rechazó por un deseo febril que sólo le amarga y del
cual no ha encontrado una resolución placentera; ahora sólo le queda el
trabajo, que, aunque es bien pagado, no es ni por asomo el plan de vida que
había proyectado cuando asistía a la universidad. Se siente horrible ante su actual
imagen en el espejo, se observa fea (aun sabiendo que eso no es verdad); pero
la vanidad es más fuerte que la razón. Laura necesita sentirse amada y deseada;
necesita que se lo digan (el poder de la palabra puede ser tan efectista) porque
sus propias palabras no le bastan, ni las de ella ni las de Franco, mucho menos
las de los hombres que le miran en la calle, ni las de quienes le invitan a
salir. Ella necesita de las palabras de Armando para que su mundo regrese
parcialmente y volver a sentirse la muchacha inmóvil del monitor. Lo apaga; cae
en la cuenta de que no odia al animal ni el olor de sus orines; odia a su
vecina por ser tan joven y bonita. Toma el teléfono y le marca a Armando; no
contesta y su mente se vuelve un laberinto de paranoia y celos rabiosos. Quiere
arrojar lejos el aparato pero decide marcarle a Franco en el último momento. Él
si contesta.
9
Verdad: Conformidad de las
cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Conformidad de lo que se
dice con lo que se siente o se piensa. Propiedad que tiene una cosa de
mantenerse siempre la misma, sin mutación. Juicio que no puede negarse
racionalmente por fundarse en principios naturalmente conocidos.
Para Nietzche, no existe ni existirá ninguna pauta o criterio de
verdad o falsedad; todo juicio es parcial y perspectivista y no existen
absolutos en el saber ni en la verdad. La verdad, para Ricoeur, es un constructo
de un supuesto que pueda ser plausible. Es totalmente parcial y no puede ser homogénea
en todos los individuos. La
Historia , por ejemplo, se basa en documentos
historiográficos, crónicas y evidencias con las cuales se pueda hacer dicho constructo;
los historiadores, entonces, a partir de ésta información hacen la suposición
de una verdad histórica totalmente parcial y subjetiva que depende únicamente
de sus intereses y necesidades. Los criterios de falsedad y verdad, en este
caso, dependen de las visiones de los quienes escriben la historia. El
historiador puede hacer un sin fin de conjeturas y construir una verdad
supuesta en los movimientos revolucionarios de Cuba o en la vida de Napoleón;
pero la realidad es otra, pues los documentos
de los acontecimientos acaecidos en Cuba sólo revelan una parte de la verdad de
este pueblo; y de la misma forma con la vida de Napoleón, o ¿acaso es posible
hablar de todo el pueblo cubano en los años 50s a partir de un libro de
historia maquilado en Cuba en los 60s?, ¿es posible saber la vida del general
francés a través de una biografía hecha por franceses? Incluso un individuo dentro
de sus pensamientos crea éstas redes de suposición conveniente y construye lo
que para él es la verdad, aunque ésta sea parcial y discrepe de lo que los
demás conocen. Un hombre siempre se estará mintiendo así mismo sin encontrar,
ni siquiera, una verdad interna; ésta, al parecer, no es accesible a los
hombres. Sin embargo, para Heidegger, debe recuperarse el sentido griego de a-létheia, que no es el de verdad sino
el de des-cubrimiento
10
Armando se siente contrariado cuando ve bajo su puerta la
invitación a la boda de Franco y Laura; pero no por el hecho de que se casaran,
sino por el hecho de haber sido invitado. Será una ceremonia apresurada,
consecuencia de una decisión precipitada. El sobre de la invitación es muy
lindo: de papel brocado color blanco, relieves en color champagne y delicadas
letras manuscritas donde aparecen las iniciales entrelazadas. Se ríe a secas
mientras cierra la puerta después de entrar; toma la taza de café frío que dejó
en la mañana y se sienta a abrirla. Recuerda que cuando se enteró de su
compromiso casi se le escurrió por la nariz la bebida y pegó una carcajada. A
Elizabeth, su hermana, eso no le pareció gracioso. Eres un imbécil Armando,
cómo pudiste perder a una mujer tan talentosa y buena como Laura, en serio que
no sé qué chinagaos te vio, pero te vio algo y la regaste. Hacía más de tres
meses que su hermana había regresado de
Guadalajara y amenazaba con mudarse con él para ponerlo en cintura; si no fuera
porque su actual esposo compró una linda casa en El Mirador cumpliría la
amenaza. Mírate Armando, no jodas, me fui hace siete años para hacer cosas
importantes con mi vida, trabajé, me chingué, conseguí mis objetivos y hasta me
casé… regreso, te veo y me das lástima.
Tienes treinta y cuatro años y sigues viviendo como chamaco. Armando no hizo
caso de las condenas de su hermana y se limitó a terminar su comida en la
espera de que el sermón terminara y pudieran pasar el resto del día de forma
agradable. Laura era la mejor amiga de Elizabeth y era lógico que ella la
tuviese en tan alta estima. Me da gusto por los dos, dijo Armando. Son el uno
para el otro, además, Franco siempre fue un pobre infeliz que estuvo tras de ti
y luego tras de Laura desde hace años, se merecía algo. Elizabeth se rió
apretando los labios y fingiendo estar molesta. Armando tiene poco pendiente en
las cosas que haga Laura pues desde que se reencontró con Diana su vida está, al
menos para él, de maravilla. Todas las noches (o al menos muy a menudo) va a
visitarla al cementerio y repite el esfuerzo con la pala para despertarla y
pasar horas junto al hermoso cadáver por el que siente el amor más grande que
se pudiese imaginar. Armando no necesita de otra mujer pues ha encontrado a su
alma gemela y, a diferencia de las demás mujeres, Diana tiene la peculiaridad
de no envejecer y verse hermosa a pesar de todos los años que han pasado; sigue
viéndose como una jovencita frágil con la piel de porcelana, además, Diana lo
escucha atentamente y se fascina con todas las buenas nuevas del exterior al
que no puede regresar, y Armando se siente agradecido de esa fascinación. Cómo
me gustaría llegar a al boda de Laura con Diana del brazo, se dice Armando, mientras
lee la invitación y da un sorbo al café frío. Sin embargo, en el fondo sabe que
sí quiere a Laura, pero nunca supo
expresárselo y tal vez si no hubiere sido por el recuerdo de Diana, él sería
ahora con quien Laura compartiría su vida. En su corazón Armando sabe que eso
siempre pudo ser lo mejor, pero no podía mentirse, mucho menos ahora que ha
regresado su alma gemela.
La ceremonia es sencilla pero elegante, muy al estilo de lo que le
gusta a Laura, pues escogió una iglesia moderna y ella misma supervisó que los
arreglos estilo minimalista dieran ese toque tan de “ella”. Armando odia esas
visiones estéticas, sobre todo en una ceremonia religiosa. Es una boda por
Dios, musita entre dientes desde la última fila; Armando preferiría casarse con
Diana de forma tradicional pues considera que no se debe denostar la profesión
bajo cualquier pretexto. Tiene que morderse el labio para contener cualquier
sonido que emita su boca ahora que Laura entra por la puerta principal con un
vestido que encaja perfectamente con el resto de la decoración, no obstante, no
puede evitar sentir celos al ver a su antigua amante tan hermosa y
radiante con el estilo posmodernista del
ajuar. La burla es el último recurso del cobarde y del celoso. Mientras todos
lanzan arroz a la feliz pareja, que sale corriendo rumbo a su vehículo, Armando
no puede hacer otra cosa que esconderse; lo ha hecho desde que llegó al templo
y lo que planea hacer el resto de la fiesta a pesar de que la mesa donde estará
con su hermana y cuñado dista muy poco de la mesa de los novios. Si no fuera
por las miradas inquisidoras de Elizabeth, Armando no hubiese ido a la fiesta. Se
disculparía por algún dolor de estómago, pero haciendo constar que asistió a
una hermosa ceremonia. No obstante va; un poco de alcohol gratis nuca cae mal a
nadie. El baile, después de la insufrible comida, es un perfecto pretexto para
esconderse en otra mesa y embriagar a gusto. Lo que más le extraña a Armando es
la indiferencia (que casi raya en el desprecio) con la que lo ha tratado Laura;
no ha dirigido su vista hacia él y, contrario a lo que pensó, parece muy feliz
con Franco. De alguna manera creyó que la boda tan repentina era un acto de despecho y que bastaría que Laura y él
encontrasen las miradas para que ella dudara, pero no. Laura se ve feliz junto
a su esposo y ríe de una manera tan franca y sincera que enferma a Armando;
ahora que recuerda no la ha visto así nunca. Mientras el licor va relajando sus
pensamientos, él se siente cada vez más estúpido (y no por el licor): en
primera, por reírse en el momento en que se enteró del compromiso, de mostrar
desprecio cuando recibió la invitación y esconderse durante la ceremonia y la
fiesta; entre más alcohol ingiere, mayor es esa sensación, sobre todo al darse
cuenta que de los años con Laura apenas conserva recuerdos y esos días parecen muy
lejanos, tanto como un sueño. Nota enseguida que fue Franco quien lo invitó;
sí, Franco debía reforzar su triunfo al invitarlo y que sea testigo de su
victoria. Los celos lo agobian. Armando comprende, al ver bailar a Laura en
todo su esplendor y belleza, que la perdió para siempre el día que ella no
regresó a casa, hacía ya muchos años.
-¡Armando! Eres un grosero, por qué no me has felicitado.
-¡Franco!-Armando hace un esfuerzo por no arrastrar las palabras.-
No he… tenido la oportunidad.
-Tantos años sin vernos… imagínate, desde que eran novios Laura y tú… y ya ves…
-Sí (y mis sospechas son ciertas), es cierto, pues… felicidades…
-Sabes Armando…- le dice el amigo mientras se abrazan- no creas
que Laura no desea verte o hablar contigo, pero está, ya sabes… viendo a los
invitados.
-Si, y tú eres un hijo de puta… qué te crees para
quitarme a mi mujer.
-¿Qué? Estás tomado Armando…- un silencio incómodo seguido de la
catástrofe- Vete a tú casa, no sabes lo que dices.
El regalo de bodas de Armando es un escándalo alcohólico con un
par de jalones y mentadas de madre. La cereza en el pastel es vomitar sobre una
mesa y salpicar a algunos invitados. Elizabeth, con toda la vergüenza y la ira
del mundo en su semblante, trata de recoger a su hermano del suelo. Armando
apenas escucha las únicas palabras que le dirigirá Laura en el día: Saquen a
ese hijo de puta de mi fiesta, no lo quiero volver a ver… ¡Carajo, quién lo
invitó!
A Pedro, el esposo de Elizabeth, le toca llevar a Armando a su
casa, no sin que ella antes le diga a su vomitado hermano: Ellos van a ser
felices y esto será un triste recuerdo cabrón. Elizabeth y Laura se abrazan y
lamentan el actual estado de Armando, que al parecer suele hacer eso casi todo
el tiempo. Ambas lo conocen bien. Pedro, quien es casi un desconocido para
Armando, lo deja en la entrada de su casa y le recomienda amablemente que se
duerma.
-Tú también, chingas a tu madre.- El auto simplemente se aleja.
Dejar de tener, o no hallar, uno la cosa que
poseía sea por culpa o descuido del poseedor, o por contingencia o desgracia.
11
Armando va a buscar a Diana y ella lo abraza fuertemente; él se
siente tan necesitado y paternal cuando está junto a ella, debido en gran parte
a que él se ve mayor y Diana conserva su juventud intacta. Esto hace que
Armando se sienta un protector, un hombre fuerte que cuida a su frágil
mujercita, sobre todo cuando ella se entrega tan sutilmente entre las lápidas.
Diana no es una amante experta, es tímida y delicada; casi todo le sorprende,
sin embargo, es receptiva y le agradece dulcemente a Armando cuando él le
proporciona placer. La mayor parte del tiempo Diana se resiste a ser amada y a
Armando le toma tiempo convencerla; pero hay ocasiones en que ella es quien
toma la iniciativa desde el principio y no actúa tímidamente, al contrario, es
audaz e imaginativa, buscando nuevas formas de sentir deleite; él agradece
cuando Diana se comporta así, abriendo las piernas deliciosamente y mostrando
ansiosa los dientes y la lengua, retorciéndose gozosa y plena como gata. Sin
embargo, casi siempre, Diana se presenta más como una princesa frágil y
dolorosa a la que hay que amar con cuidado. Armando debe entrar casi siempre
con cautela, debido a la estrechez de la jovencita; el vientre blanco y
ajustado de ella se estremece con las acometidas, indicándole a su hombre que
esta ofreciéndole la satisfacción adecuada. Ella responde mansamente a las
indicaciones de su amante y una vez que ha quedado satisfecha espera
pacientemente a que él termine dentro y de esa forma ambos reciban un placer
extra. Para ellos no hay nada como el placer al natural; Diana, al estar muerta,
y según ciertas leyes (no podría explicarse fehacientemente cuáles), no puede
embarazarse… Ambos han encontrado una felicidad plena en todos los sentidos y
tienen una relación sólida y perdurable a pesar de sus diferentes condiciones.
-Armando, me haces tan feliz. Tú y sólo tú eres a quién amaré.-Le
dice Diana abrazada a su pecho.
-Diana, tú también me haces feliz, y quiero que vayas conmigo a
casa. Te necesito.
-No puedo, estoy muerta; soy un cadáver y tú eres un hombre vivo.
No puedo ni siquiera ver la luz del día. Estamos bien así, para qué quieres que
vaya a tú casa. Además, tú familia me odia, siempre me han odiado.
-Quiero que vivas conmigo, que nos casemos… todo eso.
-Es imposible Armando. Las leyes de la vida no lo permitirían (no
podría explicarse fehacientemente cuáles).
-¿Qué puedo hacer para que podamos estar juntos por siempre?
-Debes morir, pero es riesgoso, no todos nos mantenemos dormidos;
hay quienes se pudren y hay quienes no pueden despertar. Si tú mueres, no
sabría decirte con certeza que pasará contigo. Creo que depende de Dios.
-O de Satán…-Armando se levanta del suelo apartándose de Diana
quien yace con su vestido apenas cubriéndole el cuerpo. Se ve tan hermosa y… ¡la
conversación parece tan absurda!, como los diálogos de una telenovela barata.-
Dime Diana, ¿qué se siente morir?
-Es como estar dormido, sólo que no despiertas nunca.
-Y tú ¿por qué despiertas, por qué tú estás viva y los años no pasan
por ti?
Diana no contesta y permanece en silencio. El sol está a punto de
salir y se despiden. Armando le promete nunca volver a preguntar. Conformidad de las cosas con el concepto
que de ellas forma la mente.
12
El embarazo de Laura fue angustioso y liberador al mismo tiempo;
lo primero debido a un sentimiento que la había invadido desde que se supo embarazada:
Si el niño se parece a Franco no lo soportaría. No amaba a su esposo, nunca lo
amó y tampoco amaba a ningún otro hombre. No se sentía, ahora, capaz de amar a
otra cosa que no fuera el fruto de su vientre, pero desde que el embarazo es
notorio, la angustia “nació” y se acrecentaba con preguntas que le robaban el
sueño. ¿Si es varón? ¿Si saca la horrible expresión de su padre?, ¿Será un
imbécil al crecer? Laura soñaba con poder ver a su hijo y criarlo, pero la sola
idea de que fuera igual a su padre le asqueaba. Lo liberador fue que el
embarazo le dio el pretexto ideal para no mantener relaciones sexuales con
Franco. Los días en los que disfrutaban en la alcoba del departamento a
escondidas se veían tan lejanos para Laura, que ni siquiera recordaba cual era
el atractivo físico que encontró en él. Franco, tan extremadamente velludo… a
ella eso le pareció atrevido y salvaje en la juventud, pero con el paso de los
años, mostró un desagrado hacia ese deseo, sobre todo desde que él comenzó a
descuidar su peso, lo cual le daba la apariencia de un enorme oso. Sí Franco
había sido apuesto alguna vez, definitivamente para Laura, eso había terminado.
Aun así, Laura siente un gran cariño por su esposo, pero es un amor que ella sólo
puede comparar con el amor hacia un hermano; ella sabe lo mucho que Franco le
ama y lo extremadamente bueno y complaciente que ha sido con ella desde el
primer momento en que la conoció. Laura recuerda muy bien como prácticamente
Elizabeth los presentó en un intento para librarse de él, quien la pretendía
ferozmente. Pero cuando Franco conoció a Laura, su gusto por Elizabeth se
esfumó casi instantáneamente. Las dos amigas sabían que era como un niño en el
sentido emocional y que se enamoraría de cualquier otra mujer que le
coqueteara. El destino intervino para que eso no ocurriera y Franco quedara prendido
de Laura para siempre. Ella siempre se mantuvo cerca de él por ese mismo sentimiento
fraternal, que terminó en un extraño deseo mezclado con necesidad de afecto.
Franco pensó todo el tiempo que fue amor verdadero.
Para Laura el matrimonio fue una medida desesperada por encontrar
un camino y pensó que la costumbre y la convivencia sustituirían al amor, pero
no fue así, a pesar de todos los esfuerzos del hombre por complacerla y darle
una vida holgada y lujosa. Franco no ha conseguido que ella lo ame como esposa
y se él conforma en silencio con la insípida compañía; finalmente busca el
placer en algunas otras mujeres, ya sea una empleada doméstica o una
secretaria. Laura finge no saber, pues entró a otro acuerdo tácito en el que al
menos está mejor librada. Ella ha jugado con la posibilidad de buscar un amante
también, pero la sola idea de meter a un hombre en su vida le revuelve el
estomago; en cuanto a Armando, pensar en él la avergüenza; es un sentimiento
mezcla de lástima y oprobio. Alguna vez le llegó a ver en un congreso de Diseño
y Arquitectura; le saludó por compromiso, Armando se veía indispuesto y
arrastraba ligeramente la lengua, después de darse la mano le pidió una
entrevista en el despacho de Franco para ver si lo consideraban, pero ella le
recordó fulminantemente el episodio en la fiesta. Se despidieron con cortedad y
Laura sintió unas ganas inmensas de llorar, pero no por Armando, ni porque lo
extrañase, sino porque le recordó quién había sido ella; pensó en quién pudo
haber sido y en la que era en realidad.
-¿Alethia? Que bonito nombre para una niña.- Elizabeth suena muy contenta
al ver a la niña de su mejor amiga. Es una hermosa bebé de enormes ojos negros.
Laura se siente aliviada de que sólo los ojos sean del padre, por lo demás es ella
en su vivo retrato.
-Debemos casarla con Pedrito cuando sean mayores.- dice Elizabeth y
suelta una risa casi malévola.
-Lo siento amiga, pero creo que eso de emparentar no se nos va a
dar nunca; ya ves que se intentó y no se pudo.- Las dos mujeres ríen con cierto
sinsabor y mantienen la sonrisa que precede a los momentos incómodos.
-¡Ay Laura, qué cosas!, tanto tiempo hemos pasado separadas pero
seguimos siendo amigas.
-¿Por qué no se regresan?
-No sé. Una parte de mi quiere regresar, pero ya hice mi vida en
Guadalajara y Pedro está mejor acomodado allá. Alguna vez pensamos en que yo
regresara y él trabajara allá, pero ya sabes como son las pinches putas, se
descuida una tantito y ya están encima del marido; y con eso de que a los
cabrones les encanta la putería…No, si yo me lo tengo bien controlado al
pendejo, bien sabe que me entero de una y no se la acaba.
-Me hubiera gustado ser más como tú Eli, pero siempre fui una
pendeja.
-No digas eso Laurita, tú siempre fuiste de las chingonas.
-Al contrario, fui bien cobarde. Tú dejaste todo y te fuiste a
perseguir tus sueños. Yo me quede como pendeja.
-Por culpa del cabrón de mi hermano. Mándalo a la chingada, ese
pendejo siempre ha sido un don nadie, un
prángana. Sin dinero, sin nada. ¿No lo has visto?
-Desde hace años…
-El cabrón se la pasa haciéndose pendejo en trabajitos y encargos;
nunca tuvo ni los huevos de terminar la pinche carrera. Todavía mis papás le
dejaron la casa, y está echada a perder. Lo fui a ver desde que llegué, porque
le pedí que me recibiera para no pagar hotel. –Elizabeth se acomoda mejor en el
sofá y respira profundamente- ¡Uy no! Vive bien mal. Le pedí que por favor
cuidara de la casa que le dejaron los viejos, pero él está muy feliz por la
vida y se la pasa sonriente y cantando y todo. Ponte a trabajar huevón, le
dije. Me quedé una noche y al otro día me fui a un hotel.
-Le dijiste a que venias.
-Claro, le dije: mira cabrón, vine a ver a Laura porque nació su
hija y la quiero conocer, y le dije también que era un pendejo que ni siquiera
ha llamado para saber de Pedrito, ni de su hermana, ¡Vaya! ¡Ni siquiera le
habla a su madre! Uno tiene que buscarlo. ¡Está pendejo! Y le dije: mira
cabrón, lo único que tienes en el mundo es tu familia; pero es obvio que le
vale madre. Creo que ya se volvió loco. Fue un pendejo por perderte, siempre se
lo dije.
-Pobre Armando.-Laura no hace caso al último comentario.
Laura y Elizabeth se quedan en silencio y no vuelven a tocar el
tema; quedan de verse en Guadalajara, pero esa es la última vez que se verán.
Años después, Laura sabrá, por un amigo en común, que Elizabeth abandonó a
Pedro a su suerte cuando él contrajo cáncer en medio de la bancarrota; ella vendió
la casa y se fue a Los Ángeles con Pedrito. Pedro murió solo en una clínica. Más
tarde, Laura recordaría las palabras de Elizabeth: “Lo único que tienes en el
mundo es tu familia”. Elizabeth nunca supo del significado de esas palabras; ni
siquiera se enteró cuando sus padres murieron y jamás ayudó a Armando a pesar
de todas las veces que él le rogó por ayuda. Lo último que supo es que se casó
con un norteamericano y le dieron la residencia.
Su vida con Franco trascurriría de forma normal, hasta que ella decide
tomar a la niña y abandonarlo. Lo hace; siempre supo que era fácil abandonarlo,
sobre todo ahora que tiene en sus brazos la razón de toda su felicidad y ya no
necesita a nadie más. Para Laura comienza la vida. Años más tarde Laura tiene
un extraño antojo de champiñones con crema, la receta favorita de Armando.
Alethia le pregunta qué es lo que huele tan rico; la voz de su hija la hace
pensar en el día en que decidió no arrojarlos a la cara del que fue su gran
amor. No se arrepiente de lo que sucedió, pero ahora conoce lo que es ser feliz
y lo que es una pérdida.
13
Armando espera pacientemente en una banca, cerca de la laguna del
parque, a que se ponga el sol. Parece que será una noche esplendida para ver a
Diana y hacerle el amor. Junto a la laguna hay un sin fin de niños jugando y
volando papalotes; Armando recuerda cuando venia de niño a esta misma laguna y
aun había patos y gansos correteando. Lo único que queda de los viejos tiempos
son las lanchas donde los novios se pasean. Cae en la cuenta de que hace muchos
años vino con Diana a dar un paseo en lancha, pero, extrañamente, no lo tiene
tan presente como el día en que se recostó en la hierba, junto a Laura, en ese
mismo parque. Tenía apenas veinticinco años y Laura era una muchacha
inteligente, como nunca había conocido a nadie; era altiva y mostraba siempre
confianza y seguridad; con su cabellera castaña y ondulada amarrada con una
cinta; con sus enormes ojos color café y su nariz respingada. Laura siempre
había sido la mujer que más lo amó en su vida, fue la que dejó todo por estar
con él, y la que a pasar de los desprecios, siempre le mostró su incondicional
cariño. Armando supo en ese momento que él siempre amó a Laura; pero fue más
grande su obsesión por Diana, de quien realmente no sabía nada, salvo los años
de pasión juvenil y toda una vida como el cadáver que hay que despertar en la
madrugada. Armando ha pasado los últimos quince años de su vida amando a una
desconocida que no puede envejecer, que está muerta y de la que no sabe nada; a
la que hay que explicarle todo, a la que se queda callada cuando debería
discutir; a la princesita que sufre y llora con el coito. Laura no era así.
Armando comprende bien su error.
Un niño de pronto se acerca y le pide que le amarre la agujeta
suelta del zapato.
-¿Qué?
-Que si me puede amarrar mi agujeta señor.- Armando enternece con
la voz del niño, que apenas tendrá cuatro años. Se inclina y comienza la tarea.
-¿Vienes con tus papis amiguito? ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Marco Antonio para servir a Dios y a Usted.
-Hola Marco, yo me llamo Armando.
-¡Mira mamá, el señor me amarró las agujetas!
Armando siente que el cielo se desploma y cae sobre sus hombros
cuando ve el rostro de la madre del niño. La verdad es tan inoportuna a veces…
-Señor, disculpe al niño, espero que no le cause problemas, es que
me doy a penas la vuelta y él… ¿Armando? ¿Eres tú? Si, eres Armando (…). ¿Me
recuerdas? Soy Diana (…), de la escuela.
Sí. Efectivamente es Diana; es Diana con el cabello corto y
pintado de rojo cobrizo, un semblante maduro y poco virginal; se le notan casi
cuarenta años y las arrugas ya asoman; el cuerpo es más bien robusto y, aunque
conserva una gracia sensual, es tosco. Conformidad de las cosas con el concepto
que de ellas forma la mente. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente
o se piensa.
-Hola Diana, cómo has estado… tienes razón, creo que ha pasado
mucho tiempo desde que nos vimos por última vez.
-Yo creo que más de quince años. Oye, te ves muy bien, te sentó
bien la madurez. ¡Qué guapo! Por ti casi no pasan los años. ¿Cómo me veo yo?
-Te ves muy bien. Radiante como siempre Diana.
-Fíjate que la otra vez recordé cuando eras mi novio ¡Ay que
cosas! Y que le cuento a mi esposo de ti y de que eras bien cursi; todo porque
guardé durante años el dibujo de la casa que diseñaste en arquitectura, ¿te
acuerdas? La que dijiste que ibas a construir cuando nos casáramos. ¡Dios mío! Mi
esposo y yo nos atacamos de risa, porque yo andaba por la vida guardando ese
dibujo. También soy medio cursi. En fin, fíjate que de repente si me acordé de
ti y de que eras bien dramático. Por cierto que el dibujo creo que lo tire en
una mudanza, pero fue sin querer. Y tú cómo has estado, ya debes ser un
arquitecto famoso.
-No, y no recordaba lo del dibujo. Es una lástima que se perdiera
de esa forma. Errar uno el camino o rumbo
que llevaba. Conturbarse o arrebatarse sumamente por un accidente, sobresalto o
pasión, de modo que no se puede dar razón de sí.
-¿No te acuerdas? ¡Ay, eras un cursi, pero me caías muy bien!
Mira, ahí viene mi esposo con la niña. Fíjate que no pensé tener hijos nunca y
ya vez, una por hocicona. Pero cuéntame, estás casado, divorciado, juntado… eres
gay.- Risas falsas. Para Nietzche, no
existe ni existirá ninguna pauta o criterio de verdad o falsedad.
-Soy viudo.
-¡Ay mi amor! Lo siento. Perdóname, no quise ser impertinente.
¿Estás bien, puedo hacer algo por ti? Mira ahí viene mi esposo. ¿Quieres que te
lo presente?
-No, debo marcharme, fue un placer volverte a ver y…
-¿Fue algo que dije? Lo siento.
-No, simplemente estoy un poco ebrio y no me gustaría que me viera
así tu familia.
-Ay Armando, cuídate mucho.-Un abrazo tajante y percibir el viejo
perfume de flores- Si quieres nos podemos ver un día de estos y platicar mejor.
Mira yo vivo en la misma casa de siempre, donde vivían mis padres. Me fui a
vivir allá, por la situación económica… Uy. Bueno, ya sabes donde encontrarme.
-Si.
Armando se da la vuelta y reflexiona; sabe que algo de todo esto
ha estado mal desde el principio. No supo jamás como descifrarlo, pero siempre
supo que algo estaba mal y lo está. Una comezón angustiosa; un dolor insomne,
que no se alivia con tacto alguno pues no hay nada más que tocar sino el
fantasma del vacío. Un dolor dentro de lo incompleto del ser mutilado. El dolor
que no existe, pero que duele. No le sorprendió encontrar un lote vació donde
antes había una tumba, de la misma forma como hace años no le sorprendió que el
cadáver de Diana abriera los ojos. Si hubiera puesto atención a ese detalle,
tal vez hubiera rescatado su vida. Pero todo está perdido.